Las Hijas de San Pablo, abrieron la primera librería en Youngstown, Ohio (USA), en 1946. Yo habitaba cerca y a menudo iba a visitarlas y a ofrecerles algún pequeño servicio. Estos contactos me ayudaron a descubrir mi vocación. El 1° de septiembre de 1955, con 16 años, entré en la congregación en la ciudad de Derby (Nueva York), entonces sede principal de las Hijas de San Pablo y también casa de formación.
Hacia final del mismo mes, el Primer Maestro y Maestra Tecla, visitaron los Estados Unidos e hicieron la primera visita en Derby. Difícil es describir la alegría y emoción de nosotras postulantes al pensar de encontrar a nuestros fundadores. En la comunidad entonces estaban seis o siete hermanas profesas; las postulante alrededor de 20. ¡Tuvimos la alegría de gozar de la presencia de la Primera Maestra!
Todas pudimos hablar personalmente con ella y experimentar su materna ternura. La Primera Maestra, se interesaba de nuestra historia y de nuestras familias. Visitando los locales de apostolado, era muy feliz de ver tantas jóvenes empeñadas en los varios sectores.
Posteriormente, p. Alberione y Maestra Tecla visitaron otras comunidades. Llegaron a Youngstown, fueron donde mis padres, en ese tiempo propietarios de una lavandería. Mi mamá me comunicó su gran alegría por aquella inesperada visita y también me contó que mi padre, notando que el traje del Primer Maestro estaba un poco arrugado, le pidió si se lo podía limpiar y poner como nuevo. Él aceptó. ¡Si mi padre hubiese sabido que estaba planchando el traje de un Santo!
Hice profesión en 1958, en Boston. En 1959, Maestra Tecla visitó nuevamente a las Hijas de San Pablo de los Estados Unidos. Durante el día, la mayoría de las hermanas estaban empeñadas en el apostolado, así es que yo tuve el privilegio de sentarme a la mesa con ella y de observar su modo de actuar y hablar. Todas las que estábamos en casa tuvimos la alegría de estar con ella y escuchar su palabra.
Alguna vez, en la capilla me arrodillaba cerca de ella. Me impresionaba su comportamiento en la oración: siempre tan recogida.
En la tarde toda la comunidad de Boston se reunía en torno a ella. Nos hablaba de Roma, de las naciones y de las comunidades visitadas. Escuchaba con gusto nuestras experiencias familiares y las historias de nuestra niñez. Cada mañana después del desayuno, las hermanas que salían para el apostolado recibían su bendición con un signo de la cruz en la frente. Yo, aunque no estaba entre las que salían, escondida me unía a ellas para recibir su bendición.
Maestra Tecla pasaba entre los sectores apostólicos y se detenía a observar cuanto hacíamos. Yo trabajaba en la máquina de prensa. En aquellos días estábamos imprimiendo 30.000 ejemplares de la Biblia. Cuando llegó a mí, me hizo el signo de la cruz en la frente y también en la máquina de prensa, un gesto que repetía cada día.
Cuando me llegó el turno de encontrarla personalmente, me pidió noticias de mi familia y quiso saber cómo me encontraba. Aunque mi italiano era muy pobre logré hacerme entender. Al finalizar me escribió una frase en una estampita, invitándome a hacerme santa.
En aquel tiempo se había abierto una casa en Congo y Maestra Tecla nos hablaba a menudo de las hermanas misioneras en aquellas tierras de África. También preguntó si alguna de nosotras quería ser misionera. Dentro de mí ardía el deseo de aceptar aquella invitación, pero considerando nuestra situación en los Estados Unidos, no tuve coraje de hacerlo. Sólo 25 años más tarde, en 1985, he podido realizar este mi gran sueño: las superioras me pidieron de ir a Kenia, a Nairobi, donde apenas había comenzado la editorial. Mi tarea era la de enseñar a las jóvenes postulantes cómo imprimir los libros. Desde aquellos humildes inicios, las Paulines Publications Africa han hecho un largo camino. ¡El Señor, verdaderamente ha obrado milagros!
La última visita de la Primera Maestra a los Estados Unidos, fue en 1962. Su poca salud ya no le permitía viajar, por lo tanto permaneció todo el tiempo en Boston. No obstante, sus precarias condiciones, estaba disponible para las hermanas que llegaban de las diversas comunidades y a todas las acogía con ternura de madre.
Con alegría, conservo todavía el recuerdo de mis encuentros con Maestra Tecla y a ella me dirijo en mis diversas necesidades, con la confianza de su ayuda y su materna protección.
Poco hace que he celebrado 60 años de profesión entre las Hijas de San Pablo. Agradezco al Maestro Divino, por todas las gracias recibidas durante estos largos años y también por el privilegio de haber encontrado y conocido personalmente a nuestra querida Primera Maestra.
Rezo para que pronto podamos honrarla como “Beata”.