Tecla Merlo vivió dos secretos de los santos y apóstoles: la humildad y la fe

Corría el año 1960 cuando Tecla Merlo, cofundadora de las Hijas de San Pablo, visitó Brasil por última vez. Su objetivo era alentar y animar a sus hijas a seguir a Jesús, Divino Maestro, Camino, Verdad y Vida, siguiendo las huellas del Apóstol Pablo, para comunicar el Evangelio a través de los medios de comunicación. En aquella época, el mundo de la comunicación evolucionaba rápidamente, y ella seguía fielmente las instrucciones del “Señor Teólogo”, el beato Santiago Alberione. Él describió esta misión como la nueva evangelización de la Iglesia católica: vivir y comunicar a Jesús Camino, Verdad y Vida a través de los medios de comunicación.

En ese momento yo tenía sólo 14 años y acababa de ingresar a la Congregación, en la casa de Porto Alegre (RS, Brasil). Esperábamos con ansias la llegada de Hna. Tecla Merlo, que vino desde Roma para visitarnos y apoyarnos. Éramos 120 adolescentes y jóvenes deseosas de consagrarnos a Dios. La espera fue una verdadera celebración, un momento que todavía recuerdo con emoción. En el patio de la casa se había colocado una silla donde Hna. Tecla Merlo se sentó para recibir a las aspirantes una a una y trazar la señal de la cruz en la frente de cada una. Yo no sabía entonces que estaba recibiendo ¡la bendición de una santa! De niña, no comprendía del todo el significado de aquel gesto, pero lo que quedó grabado en mi corazón fue la unción de un encuentro con una mujer de Dios. Aquella bendición no fue un mero roce, sino el signo de un amor divino que selló mi llamada a seguirle.

La santidad de Hna. Tecla Merlo, que comprendí plenamente solo con el tiempo, se construyó día a día, en la sencillez de una vida totalmente abierta a la acción de la Trinidad. Su fidelidad al Evangelio era total: se dejaba transformar cada día por Jesús, el Maestro Camino, Verdad y Vida. En palabras del fundador, Hna. Tecla vivió dos secretos de los santos y apóstoles: la humildad y la fe. La humildad la hacía dócil a la voluntad de Dios, mientras que la fe la impulsaba a una oración incesante. Aunque frágil de cuerpo, era fuerte de espíritu, tenaz y obediente hasta el sacrificio. Caminaba y vivía como si pudiera ver lo invisible, como dice una canción de una de sus hijas, Hna. M. Luiza Ricciardi. Dedicó su vida a animar a sus hijas y a alentarlas a difundir el mensaje de la Buena Nueva a través de los medios de comunicación, según las enseñanzas del “Teólogo”, Santiago Alberione.

En aquellos años, el mundo de la comunicación estaba aún en pañales y todo parecía nuevo y complejo. Puede que Hna. Tecla no conociera en detalle las técnicas necesarias para poner en marcha una pequeña imprenta, pero tenía una fe inquebrantable. Obedecía con confianza e inculcaba a las hermanas el amor al apostolado, animándolas a ser creativas y a explorar los nuevos métodos que ofrecía la ciencia de la comunicación. A menudo decía: «Tenemos un solo corazón, una sola alma entre las distintas comunidades… Las llevo a todas en el corazón». Y el P. Alberione hablaba de ella con palabras profundas: «La Prima Maestra no es una persona ausente. Siempre está presente. No mira de lejos, sino que es una centinela que permanece cerca, en la actividad, en el pensamiento, en el deseo, en la vida».

Tecla Merlo supo ser para sus hijas un ejemplo vivo de santidad cotidiana, combinando acción y contemplación. Dio testimonio de que la eficacia del apostolado depende de la calidad de la vida espiritual, alimentada por la Eucaristía y la Palabra de Dios. Sólo así las actividades apostólicas pueden llenarse del Espíritu Santo y transformar a las personas que reciben los mensajes difundidos por las Hijas de San Pablo. Hoy la Congregación está presente en más de 50 países y sus religiosas son conocidas como Paulinas.

Para cada una de nosotras, Hna. Tecla Merlo es una santa. Y realmente lo es. La Iglesia la proclamó Venerable en 1991.

Joana T. Puntel, fsp


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