Te hago yo de mamá…

De un testimonio de. Sor Nazarena Morando

Maestra Tecla tenía muy claro desde el inicio el principio, que la autoridad es servicio. Sabía hacerse toda para todas, ayudaba a las hermanas en los trabajos: desde la cocina, a la costura, de la tipografía a la encuadernación; ayudaba a empaquetar los libros, ordenar la casa y cuidar a las enfermas.

Recuerdo que durante una de sus ausencias había tenido algunos contratiempos, por lo que quedé muy afligida. Eran pequeñas cosas, pero inmediatamente en la tarde de su llegada, tuve la osadía de detenerla para contarle mi pena… Mientras hablaba me vino a la mente que la Primera Maestra debía estar muy cansada y que era más conveniente dejar para el día siguiente mi desahogo… Le pedí excusa por haberla entretenido tratando de interrumpir el discurso. Pero ella – no obstante el cansancio y las preocupaciones – me dijo de continuar contándole todo lo que me había causado pena. Agregando que ella era la “Madre y por lo tanto debía estar siempre pronta y disponible sin mirar a sí misma. Tuve que obedecer.

Una vez me confió: “Una de las penas más grandes para mí es tener que pedir a las hermanas obediencias que a ellas les cuesta sacrificios… Y sin embargo, cuando se debe hacer la voluntad de Dios es necesario saber superar también esto…”.

Podría contar tantos episodios, pero me limito sólo a algunos que se refieren a la caridad que la Primera Maestra tenía con sus hijas. Cada tanto ocurría que alguna hermana fuese llamada de urgencia para ir a su familia por la muerte del padre, o de la madre, etc… Y volviendo de casa, se presentaban a la Primera Maestra para saludarla y expresar todo su dolor. M. Tecla la recibía con lágrimas, la invitaba a sentarse a su lado, diciéndole: “Cuéntame algo de tu mamá” (o de la persona querida fallecida). ¡Qué gran alivio poder hablar con alguna persona que nos ama en los momentos del dolor!

La Primera Maestra escuchaba totalmente compenetrada y conmovida, después alentando a la hija le decía: “¡Tranquila! Ahora tu mamá está en el cielo, Te ve, te acompaña e intercede por ti!… Ahora, en la tierra, yo te hago de mamá. Por lo tanto, cuando tengas alguna pena, dificultad o necesidad, ven a mí. Estoy siempre lista para recibirte y ayudarte!”.

Amaba profundamente a todas las hermanas, hacía grandes sacrificios y no miraba a gastos o dificultades cuando se trataba de ayudar a las enfermas o a las que se encontraban en dificultad por su vocación. Más de una vez ocurrió que iba personalmente o mandaba a alguna de nosotras expresamente, a las hermanas que se encontraban en dificultad, para serenarlas, estimularlas y darle ánimos para seguir adelante. Otras veces invitaba a las hermanas a Roma, para que pudieran hablar más libremente con ella.

En 1944, teníamos una hermana gravemente enferma en un sanatorio en Véneto. La hermana era joven y tenía una forma de tuberculosis muy grave, que avanzaba rápidamente…Ya no había nada que hacer. Del hospital nos escribieron de ir a buscarla si queríamos que muriese en casa. Pero el hecho más doloroso era otro: la hermana, de hecho, no estaba prepa para morir tan joven y no lograba aceptar la voluntad de Dios. M. Tecla partió personalmente y fue a ver a esta hermana en el sanatorio. Estuvo largo tiempo con ella. Le habló maternalmente como ella sabía hacer y con expresiones de fe que le llenaban el corazón…al final del largo coloquio con la “Mamá”, la hermana se había transformado… No tenía ya temor de la muerte cercana, aún más, estaba serena y dispuesta a morir inmediatamente si era la voluntad de Dios. El viaje de la Primera Maestra había sido pagado grandemente por la Divina Providencia y ella bendecía a Dios, porque a Él solo siempre atribuía cada evento.

La caridad que lleva al heroísmo

Yo misma, entre las muy numerosas pruebas de su bondad, siento necesidad de comunicar este episodio: he estado por diversos años con asma bronquial. Las noches de invierno para mí eran un suplicio…Me entristecía porqué disturbaba a las hermanas del dormitorio. Hubiera ido a dormir bajo una escalera para poder toser libremente sin temor de disturbar a las demás… La Primera Maestra, dándose cuenta de esta dificultad, me hizo ir a dormir en su habitación. A mis manifestaciones, respondía: “No, no me molestas; tose tranquila cuando tengas necesidad y quema también el polvo… “.  Para calmar el asma, el doctor me había ordenado encender un cierto polvo que producía mucho humo… y respirando este humo, se calmaba un poco’.

Todas las noches llenaba de humo la habitación, tosía por horas… La Primera Maestra siempre buena me decía: “¡Pobrecita!… para respirar mejor tose cuando tienes necesidad”. Esta dificultad la tuvo que soportar por años… Sin jamás dar la más mínima señal de cansancio, para mí significa ¡heroísmo!

La Primera Maestra ha sido verdaderamente la mamá de todas, la mamá de la congregación que ha llevado en sus brazos y la ha llevado hasta el desarrollo de hoy, alimentándola con su amor, con su sacrificio y con su espíritu de fe. Mamá de todas, una mamá fuerte y decidida que sabía decir a cada una aquellas verdades que hacen bien y que son recibidas porque se sabe que proceden de un corazón que ama, de un corazón de mamá.

La Primera Maestra ha sellado su gran amor por sus hijas con un acto supremo de caridad: ha deseado tanto el verdadero bien de todas las hermanas, su santificación, que ha ofrecido su propia vida por esto. En la fiesta de la Sma. Trinidad de 1961 me escribió estas palabras: “He ofrecido mi vida para que todas las Hijas de San Pablo que sean santas…”. ¿No ha dicho Jesús que la más grande prueba de amor es “dar la vida por quien se ama?”. La Primera Maestra ha sido heroica en la caridad.

Sor Nazarena Morando1904 - 1984
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