Era el 26 de noviembre de 1957 cuando atravesé el portón de las Hijas de San Pablo de Via Antonino Pio en Roma. Los primeros días fueron bastante desafiantes para familiarizarme con un estilo de vida tan diverso del que estaba acostumbrada y con los diversos lugares de la casa. ¿Desafiantes? Diría que sí. Entre los primeros conocimientos el encuentro casual con la Primera Maestra mientras iba al santuario para la oración. No sabía nada de ella excepto que era la Superiora general. Entonces eran palabras que no me decían mucho o casi nada.
Con el pasar del tiempo gradualmente he tenido la oportunidad de conocer más de cerca la Primera Maestra. Las ocasiones de encuentros con ella han sido bastante porque he vivido en Roma durante todos los años de mi formación. Era enriquecedor hacerle visitas en su oficina junto a otras jóvenes y otras más jovencitas (entonces no se usaba el término junioras) y entretenerse con ella en la máxima espontaneidad, porque ella nos hacía sentir a nuestro gusto.
Tengo muchos recuerdos de los que hago memoria de vez en cuando. Pero ahora, ya que se me ha pedido hablar de ella a través de mis ojos, me gustaría detenerme sobre uno de los encuentros personales que tuve con la Primera Maestra, que arroja luz sobre quien era esta mujer llamada Superiora General.
Estaba en Ariccia con otras de mis compañeras para los Ejercicios Espirituales. Era costumbre ser recibida individualmente en “camera caritatis” por el Primer Maestro y por la Primera Maestra. Era mi turno para encontrarme con ella. Esperé un rato cerca de su habitación porque la Primera Maestra se había ausentado por un compromiso. Cuando me encontré sentada delante frente a ella noté que sus ojos brillaban más de lo habitual. Su mirada era siempre impactante, no podías ignorarla. Pero esta vez era todavía más chispeante y clarividente. La miré con admiración mientras me pregunta: ¿cómo estás? No el típico cómo estás como para decir algo, sino verdaderamente sentido.
Luego me dijo: sabes que me he retrasado porque acabo de finalizar con el notario la compra de la casa de Rocca de Papa. Es una hermosa casa con jardín, castaños y aire bueno. Las hermanas que sean operadas en Albano y tienen necesidad de convalecencia o de reposo pueden ir allí a recuperarse. Estoy contenta de haber comprado esta casa. Sus ojos brillaban de alegría pensando en sus Hijas. Mientras me preguntaba: ¿por qué comunicarme esto a mí, tan joven y hacerme partícipe de su alegría?
De vez en cuando regreso con la memoria a este encuentro y a lo que me ha dejado para descubrir y conocer a la Primera Maestra. ¿Quién es la mujer que está detrás de esa mirada? ¿Qué me ha dicho y me dice todavía aquella mirada que he tenido la manera de cruzarla tanta veces?
Cuando se iba en coloquio personal con el Primer Maestro su mirada era penetrante, te miraba en silencio como para entrar en tu alma y leer algo de ti y luego hablar. Diversa era la mirada de la Primera Maestra. Lo he interpretado especialmente a través de la experiencia que les acabo de relatar.
Su mirada es una mirada plena de amor por sus Hijas. Estaba yo sola ante ella pero en su mirada también estaban todas las hermanas de la Congregación; las abrazaba a todas. Yo estaba allí pero en mí miraba a todas. Solo una persona que vive para los demás, que se olvida de sí, puede comunicar esta convicción.
Esto es lo que pienso a través de mi experiencia directa. Todas nosotras que la hemos conocido sabemos cuánto ella vivía para nosotras.
La prueba más clara de su mirada luminosa es haber donado su vida por todas nosotras, por las de ayer, de hoy y de mañana, para que seamos santas.
Su mirada, y sus ojos siguen siendo para mí, para nosotras un libro que habla por sí mismo, que interpela y nos enseña a vivir para los demás a través del gran don de la vocación paulina.
Cristiana D’Aniso, fsp