Reportamos un testimonio de Sor Giuseppina Balestra, una de nuestras hermanas más ancianas de la congregación. Durante muchos años acompañó a Maestra Tecla en muchas comunidades de Italia y del extranjero, desempeñando el servicio de chofer.
Maestra Tecla era muy delicada y caritativa con sus hijas. Más de una vez me ocurrió quedar un poco seria después de algunas observaciones que me hizo ella. Casi siempre, al encontrarme sonreía y me miraba con sus grandes ojos penetrantes, como queriéndome decir: “no estarás ofendida…”. Otras veces me lo decía abiertamente: «¡Te hago las observaciones porque te quiero mucho! No sería un buen signo si me tuviera que poner “guantes blancos” para decirte las cosas. ¡Vete en paz y hazte santa!».
Era una mujer humilde y sabía acoger con reconocimiento, también las “correcciones” que le hacíamos nosotras, simples hermanas.
Una vez llegamos de improviso a una de nuestras casas. La alegría se leía en los ojos de todas las hermanas. La superiora era preocupada porque dos hermanas estaban fuera a causa del apostolado. Las llamó por teléfono, y poco después llegaron a casa. Una de ellas, apenas vio a la Primera Maestra, corrió a su encuentro, le tomo las manos y las besó con entusiasmo. Pero ella retiró inmediatamente la mano, dándonos a entender que no le agradaba esta forma de devoción. La hermana quedó mal por aquella reacción, pero la Primera Maestra no se dio cuenta de nada.
Viendo el sufrimiento de la hermana, que quedó apartada durante todo el tiempo de nuestra visita, al dejar aquella comunidad, me animé y le dije: «Vea, Primera Maestra, usted no se dejó besar la mano por aquella hermana, que quedó mal, pobrecita. Se deje besar la mano tranquilamente y sin resistencia. Esto puede servir para acercar a quien no la conoce tanto o a quien no osa tanto. ¡Porque a primera vista. Usted inspira un poco de sujeción!». Me respondió: «Estoy contenta que me haces notar esto. Yo no me di cuenta de nada. Sabes, no me tengo tanto a un beso en la mano, pero si esto puede servir para acercar a las hermanas, lo haré sin dificultad. ¿Ves? Este es el peligro: a nosotras superioras no nos dicen nunca los defectos, aunque los vean. Tienen miedo de decirlo. Y así nosotras nunca nos corregimos. Me diste un gran gusto al decírmelo. ¡Deo gratias! Dímelo siempre, cuando veas algo que no va».
Tanto para las hermanas de las casas filiales como para las de Roma, Maestra Tecla era el alma de las bellas recreaciones. Tenía una caja que hacía parte del equipaje ordinario en sus viajes: contenía juegos de distinto tipo, de los cuales sólo ella y yo, y algunas veces también M. Assunta Bassi, conocíamos los trucos”. Ella, bromeando, decía que nosotras dos éramos las «artistas asociadas. Se necesita ayuda. Elegía a la hermana más tímida o a aquella que a ella le parecía tenía más sujeción.
Más de una hermana, después de tales recreaciones, me decía: «Sabes, la Primera Maestra me ha hecho pasar toda la sujeción que sentía hacia ella. ¡Cómo es lindo, así! ¡Qué bien! Nunca lo habría imaginado que fuese así»…