Cuando las Hijas de San Pablo no tenían todavía un nombre, un rostro, una casa, la Primera Maestra creyó, se abandonó con plena confianza en Dios y fue dócil hasta el heroísmo. Tenía una fe tal que la llevaba a aceptar la voluntad de Dios, las disposiciones y las directivas del Primer Maestro también cuando eran oscuras, imperativas y comportaban sacrificios y renuncias… De hecho, la Primera Maestra, no era de un carácter débil y pasivo: era fuerte, enérgica, decidida… Por esto su abandono y su docilidad eran fruto de fe.
Maestra Tecla Merlo había recibido de Dios dones de naturaleza no comunes: una inteligencia abierta, lista y vivaz. Una voluntad firme y decidida. Un corazón tierno, bueno y sensible. Estos dones los cultivó, los perfeccionó y los sublimó con su espíritu de fe, con su adhesión total y amorosa a la voluntad de Dios, con una piedad íntima y fervorosa. Supo guiar y gobernar su congregación con sabiduría y supo cumplir bien su arduo oficio justamente porque se apoyaba en Dios.
Aproximadamente, en 1930, las Hijas de San Paolo iniciaron la «propaganda de la buena prensa en las familia» y oficinas que después muchas las han realizado con generosidad y total entrega. Entonces eran las primeras experiencias… La Primera Maestra, quiso ir también; quería probar las fatigas de sus hijas; quería ver si existían peligros; quería darse cuenta de todas las cosas. A la hermana que la acompañaba, le decía: «No digas que soy la superiora. Mira bien cómo hago y dime si está bien así o no…».
Creo poder afirmar que la Primera Maestra ha sellado el gran amor por sus hijas con un acto supremo de caridad: ha deseado mucho el verdadero bien de todas las hermanas y su santificación, ofreciendo su propia vida por esto.
En la fiesta de la Sma. Trinidad de 1961, me escribió estas palabras: «He ofrecido mi vida para que todas las Hijas de San Pablo sean santas…». ¿No ha dicho Jesús que la prueba más grande de amor es dar la vida por los que se ama?». Yo veo también que la Primera Maestra en esto ha sido heroica en la caridad.
Cuando, enferma ya gravemente en la clínica de Albano, se le llevó para que leyese la «Inter mirifica» con la cual la Iglesia en pleno Concilio aprobaba los instrumentos de la comunicación social como medios de apostolado, esto fue para ella una grandísima guía… Creo que haya rezado el «Nunc dimittis».