Maestra Tecla

No conocí a Maestra Tecla, pero aprendí a apreciarla y amarla a través del testimonio de varias hermanas que me hablaron de ella. En particular, ha quedado en mi corazón un testimonio de Hna. Antonietta Martini, que la conoció cuando estaba decidiendo su proyecto de vida. Cito su relato escrito: “Recuerdo, con emoción, cuando la conocí por primera vez, yo era una joven de unos veinte años. Llevaba en el corazón la inquietud de la elección de vida. Ella me miró con sus profundos ojos. En su mirada no había nada de la satisfacción un tanto egoísta que se siente al tener un miembro más en el Instituto, sino una profunda gratitud. Con el tono de quien hace una gran confidencia, me dijo que ese era el secreto de su vida: es un gran don, sabes, ser todo del Señor, dar la vida entera para darlo a conocer; se siente una gran alegría. Me miró de nuevo, me tomó en sus brazos y me besó en la frente. Pensando en mi decisión de entrar en la vida religiosa, todavía recuerdo aquel abrazo, en el que hubo como una comunicación de vida que me abrió a los horizontes de Dios y ensanchó mi corazón para servir a todo el mundo”.

Para mí, estas palabras resumen las características que me fascinan de Maestra Tecla: sencillez, atención y acogida a las personas que el Señor ponía en su camino, concreción, capacidad de ir al fondo de las cosas. Todo ello brotaba de un corazón lleno de Dios, de una gran pasión por el Evangelio, del deseo de que todos conocieran al Señor y la fuerza arrolladora de su amor.

Me gustaría tener su fe fuerte, decidida y apasionada, que le daba valor para afrontar las inevitables dificultades de la vida, sobre todo cuando el Señor le pedía que emprendiera un camino nuevo, que se va abriendo a medida que se avanza. Una fe que hizo de ella, en su respuesta a Dios, una precursora de los tiempos, capaz de enfrentarse sin miedo a todos los medios de comunicación, fuerte para animar a generaciones de hermanas jóvenes a arriesgarse en iniciativas nuevas e inexploradas para abrir vías inéditas y cada vez más eficaces para el anuncio del Evangelio.

Y quisiera tener su humildad, una virtud que la hizo grande en docilidad, en escuchar constantemente la voluntad de Dios, en reconocer cómo todo no era sino fruto de su Gracia, de su Providencia, de su Amor. «Por mí misma no puedo hacer nada», recordaba a menudo, citando a San Pablo, « ¡con Dios lo puedo todo!»

Los Superiores me han confiado la tarea de seguir, junto con el postulador de la Familia Paulina, el camino de su proceso de beatificación. Llegan gracias, que algunos llaman milagro, pero hasta ahora ninguna ha tenido esas características, que son propias de un milagro. Seguimos rezando y dándola a conocer porque su vida es -aún hoy- un gran regalo para el mundo. Quien la conoce queda fascinado por ella. Que muchas personas la encuentren a través de las diversas biografías, pero sobre todo a través de la vida de nosotras, sus hijas, a quienes ella sigue llevando en su corazón.

Annunciata Bestetti, fsp

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