¡Síganla siempre!

Cuando de Alba llegué a Roma para el noviciado, en 1954, fui integrada en el así denominado Centro para mis tres horas de apostolado diario. Estaba situado en la planta baja en la nueva Casa Divino Maestro, inaugurada en 1950. Una gran sala rectangular, donde hacían capacitación a las hermanas de las librerías y las propagandistas, con sugerencias y subsidios organizativos y de formación. La Hna. Assunta Bassi era el alma, colaboradoras las Hnas. Fatima Malloci y Paola Honau. Aprendices entusiastas, nosotras jóvenes, profesas y novicias: Cesarina Fra, Tarcisia Baltieri, Lucia Righettini, Daniela Baronchelli y yo.

En el primer piso estaba la oficina de Maestra Tecla y de Hna. Ignazia Balla, la ecónoma; estaba la capilla y la nueva Sala San Pablo, con una biblioteca muy rica en útiles obras para la redacción.

¿Qué recuerdo de Maestra Tecla? De aquel tiempo, no recuerdo episodios especiales. Pero tengo el recuerdo de un sentimiento profundo: tenía la consciencia de la afectuosa relación con ella – que estaba ahí, cercana, en el piso de arriba – y sentía, sentíamos que nos apreciaba, nos quería, estaba contenta de lo que se hacía para ayudar a las Casas a progresar en el apostolado. Maestra Assunta nos contaba a veces detalles de lo que el Primer Maestro sugería y de lo que la Primera Maestra estaba contenta: organizar mejor la propaganda (se creó entonces el vademécum), ayudar a las hermanas para ser más informadas y competentes, se comenzó a preparar las fichas de recensiones para las librerías, el archivo kardex, etc.

En aquel tiempo se había colocado también el archivo de libros y la bodega en el sótano de la misma casa. A veces me cruzaba con ella en el corredor o por las escalas. Yo, la última en llegar, me sentía orgullosa al pensar que ella estaba contenta, sentía que el apostolado estaba en su corazón. Y adquiría siempre más significado también en mi corazón, no importaba si mi trabajo era solo controlar las facturas, de pie, apoyada en el alféizar de la ventana.

De profesa, trabajé por cerca de cinco años en el Centro Ut unum sint. En diversos momentos, algunas de nosotras nos encontrábamos en situaciones de trabajo difíciles de afrontar. Más de una vez, con Hna. Cristina Schreil, confíamos a ella los problemas e incertidumbres. Nos escuchaba, sentíamos que nos entendía; y nos daba algún consejo sobre cómo actuar.

Cada vez que regresaba de los viajes al extranjero había un momento de saludo de bienvenida de parte de la comunidad y ella nos daba breves informaciones sobre las realidades que había encontrado. Las cosas que le habían tocado, la vida y el apostolado de las hermanas… todo era tan bonito para nosotras, era como si proyectara un documental, que venía a ampliarnos el horizonte.

Conservo un recuerdo festivo y un poco divertido, de su regreso de un viaje a Japón. Para saludarla, junto a algunas hermanas de nuestro grupo, habíamos inventado un canto en japonés (!!!) que incluía los nombres de todas las ciudades de las comunidades que ella había visitado: Oedo nipponbasi nanadsudaci, adsunobori…el tono del canto era muy tierno. Ella escuchaba y nos miraba con los ojos muy abiertos, preguntándose qué cosa estábamos cantando. Al final se rió con ganas… dándonos una gran satisfacción.

Entre los bellos recuerdos de mi juventud vivida en la comunidad de Roma, está el del

18 de marzo, víspera de San José, día en que dábamos los augurios de buen onomástico al Fundador. Un año, precisamente en 1959, Maestra Assunta, antes de dar la relación de las actividades apostólicas (iniciativas de propaganda, progreso de las librerías, ediciones, movimiento catequístico, etc.), agradeció al Fundador por el don de la Congregación, por el espíritu paulino, por el apostolado y «por habernos dado a la Primera Maestra». Al oír este nombre, estalló un gran aplauso en el salón. Y padre Alberione, sonriendo, pero también haciendo un gentil llamado al orden, enseguida dijo: « Pero ¡atesórenlo!». Y al final de su discurso, volvió a decir: « Me alegro que hayan hecho una cálida mención a la Primera Maestra. Síganla siempre. No hay necesidad de muchas palabras, ni necesidad de tanto estudio para guiar, basta poseer la sabiduría de Dios y ser iluminados por Dios».

Letizia Panzetti, fsp En camino con Tecla


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