Una verdadera apostola: activa en la contemplación y contemplativa en la acción

Al tener que hablar de sor Tecla Merlo, Cofundadora y primera Superiora general de las Hijas de San Pablo, vienen a mi memoria las palabras que el Apóstol escribió al comienzo del tercer capítulo de la Carta a los Colosenses: «Piensen en las cosas de arriba, no en las de la tierra; ustedes, en efecto, están muertos y sus vidas están escondidas con Cristo en Dios». Tal vez resulte asombroso el acercamiento a una mujer que es todo ardor y toda voluntad al pensar en la muerte y en el escondimiento. La llama, dice el Evangelio, no se pone bajo el celemín. Pero, si es cierto que sor Tecla Merlo fue una mujer volitiva, enérgica, atrevida, también fue muy sabia. Precisamente por esta razón ella supo morir en Cristo para vivir con Él y así ser una mensajera de la vida. El secreto de su eficacia carismática fue su ocultamiento en Cristo.

La fidelidad al Fundador y la responsabilidad de la Congregación con fastidios y afanes de todo tipo, no siempre fueron simples y compatibles. Sentía la emoción pero también el abatimiento de la inmolación. La vida religiosa era una crucifixión. «Los votos – dijo –son tres clavos que fijan el alma al servicio de Dios». En el servicio de Dios se había lanzado sin vacilaciones, aceptando a priori todas las consecuencias.

A las palabras de San Pablo que hemos citado se hacen eco las del c. 12 del evangelio de Juan: « Si el grano de trigo, no cae en tierra no muere, permanece solo. Pero si muere, produce mucho fruto. Quien ama su propia vida la pierde y quien odia la propia vida en este mundo, la conservará para la vida eterna».

Es la sublime mística de Cristo. El anonadamiento en Cristo hace dar mucho fruto y el fruto es la obra apostólica. La inmolación de la vida en esta tierra permite reencontrar la vida, nos hace portadores de vida. Pero todo esto es obra de la gracia. Sor Tecla se hizo disponible a la gracia con todo su ser. Murió para hacer vivir a Cristo. Y la gracia le confirió tal dimensión y tal potencia que, todavía hoy, la sentimos viva.

Requiere considerar a sor Tecla desde un perfil psicológico-espiritual, es decir, su persona como objeto del trabajo de la gracia. Se había ejercitado en la abnegación y en el equilibrio y precisamente uno de los efectos del trabajo de la gracia fue su equilibrio espiritual. Persuadida como estaba que la fuente del verdadero éxito apostólico era la vida en Cristo, no hubo para ella actividad que la distrajera de la contemplación, como no hubo oración en la cual no se uniera a Cristo con todos los problemas de la Congregación y de la Iglesia. (…)

Su vida fue una vida verdaderamente apostólica: acción en la contemplación y contemplación en la acción. No beatería o hiperactivismo, sino apostolado en Cristo y por Cristo. Un torrente de acciones de caridad que brotaban de su vida de fe. Hablando del apostolado decía: «El Señor nos ha querido asociar a su misma misión de salvar el mundo».

Consciente de la grandeza de la vocación, la vivía muriendo y viviendo en Cristo. Pero esto lo quería también para sus hijas, quienes debían ser dignas de un don así tan alto de Dios. Por eso no debía haber equívocos sobre el significado de la vocación. Prohibido cada pensamiento que pudiera estropear la belleza, o sea la semejanza a Cristo.

Extracto de sus conferencias:
Decir a las que quieren hacerse religiosas, que hay muchos sacrificios por hacer: si vienen porque les gusta el hábito, ´porque es cómodo, no son buenas vocaciones. Sobretodo desapegarnos de nosotras mismas; este es el mayor sacrificio. Que el Señor nos conceda esta gracia.

(…) Mujer de fe, tuvo una actividad apostólica extraordinaria. Su mirada fija en Cristo sabía distinguir en ÉL la necesidad de los hombres. Pero fue también mujer de una maravillosa y sublime esperanza.

La última vez que la vi y hablé con ella fue durante su última visita en Extremo Oriente. Recuerdo aquella última tarde. Había anochecido cuando la encontré en el Rizal Memorial Park de Manila. El lugar estaba abarrotado de gente que esperaba la procesión del Corpus Domini que procedía de la Catedral. De pie en la acera, sor Tecla rezaba el Rosario, aquel Rosario que nunca abandonaba. Me sonrío y nos saludamos. Lo que me impresionó en las palabras que intercambiamos fue que, sin algún aire o afectación espiritualista, su discurso procedía siempre con argumentos sobrenaturales. Era una continua referencia a Dios, del modo más sencillo, diría casi ingenuo. Era un hacerse “niña” en el sentido evangélico de la palabra.

Recuerdo también que, muchos años antes, en Roma, un día pasaba yo cerca de la casa de las Hijas de San Pablo y la encontré en el patio con otras hermanas que cosían y bordaban. Me detuve para intercambiar unas palabras y una hermana me preguntó porque cuando predicaba (les daba entonces clases sobre san Pablo), no hablaba del paraíso.

Yo le respondí con cierto descaro, que del paraíso no se sabe nada, ´porque el único que dijo que había estado allí era san Pablo, quien sólo supo decir que eran «cosas que ni ojo vio ni oído oyó». Mi respuesta entendía ser humorística, pero la Primera Maestra se inflamó y respondió con entusiasmo: «Verdaderamente es muy consolador oír a san Pablo que dice estas cosas. El paraíso debe ser tan hermoso que ni siquiera él pudo describirlo».

El paraíso era la meta. Sor Tecla Merlo tenía su pensamiento fijo en él y le servía de energético en el duro camino de su vida.

Termino con unas palabras de ella que me parecen muy significativas: «Mirar siempre hacia lo alto, ¡al paraíso! Allí está nuestra patria, allí nuestro lugar, el que nos ha preparado el Señor. Allí debemos aspirar, llegar allá a toda costa. Así que no nos desanimemos: dudar de nosotras y fiarnos de Dios» (VPC 51).

Texto tomado del testimonio de Silvano Gratilli, ssp, en el Convenio «Vi porto nel cuore». A 25 años de la muerte de la Sierva dei Dios Maestra Tecla Merlo, Rocca de Papa (Mundo Mejor) 2-5 febrero 1989.
Gratilli Silvano, ssp(1915-1993)


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