Testimonios de las gracias recibidas

Por intercesión de la Venerable Sor Tecla Merlo
(«Cooperatore Paolino», N° 7/2006, p. 27)
Reportamos para conocimiento de los lectores la narración de un acontecimiento del cual ha sido protagonista Sor Graziana Lo Scialpo fsp cuando era misionera en Venezuela.
Era el 3 de agosto de 1965. Partimos desde Caracas hacia Barquisimeto para abrir la casa. Preparado lo necesario para los primeros días, viajamos muy temprano, después de haber cargado todo en el vehículo, incluidas las cajas de libros que nos servían para un local a modo de librería. Llevábamos también algunos cuadros del Divino Maestro, de la Reina de los Apóstoles, de San Pablo y también de Don Alberione y de Sor Tecla, llamada por nosotras Primera Maestra, que el 5 de febrero nos había dejado para ir al cielo. El tiempo era bello y muy pronto entramos en la utopista para Barquisimeto, iniciando el viaje con el canto del Magnificat, las oraciones de la mañana y el rosario.

Después de 4 horas de viaje, a mitad de nuestro camino, nos dimos cuenta que la gasolina se estaba por acabar. Nos detuvimos para llenarlo. Continuamos nuestro viaje sin darnos cuenta que cerrando el tanque había quedado una larga línea bañada que descendía hasta la rueda posterior. Después de algunos kilómetros veo salir de esa parte una llama. Dije al chofer que nos detuviéramos porque el fuego era ya a casi dos metros de alto. Me respondió: no logro frenar. Y yo: pone el freno de mano. Llena de pánico comencé a gritar: ¡Primera Maestra, sálvanos! Repitiendo otras veces más.

El vehículo a un cierto punto se detuvo de golpe. Descendí del vehículo y nos dimos cuenta que estábamos al borde de un precipicio. Cada una ,quien con hierba, quien con tierra, quien quitándose el delantal tratábamos de apagar el fuego, pero la llama no daba señales de disminuir. Al improviso vimos dos manos con un gran extintor que con tres o cuatro soplidos apagaron la llama. ¡Qué alivio! Nos dimos vuelta inmediatamente para agradecer a nuestro salvador pero no vimos a nadie, en ninguna parte. En aquel momento me vino espontáneo exclamar: «¡Gracias Primera Maestra, por tu intercesión el Señor nos ha salvado de caer en el precipicio y de morir quemadas!».

Mientras recogíamos nuestras cosas esparcidas por el suelo para limpiarlas y volverlas a cargar, llegaron dos vehículos con los guardias forestales y viéndonos tan preocupadas y asustadas nos preguntaron el motivo. Les contamos lo ocurrido, y ellos nos dijeron: «Hermanas, han sido afortunadas, se salvaron realmente por milagro; agradezcan al Señor que las ha salvado». ¡Y a la Primera Maestra la sentimos nuestra verdadera y tierna madre!».
Volver arriba